sábado, 25 de marzo de 2000

Celebración de la caída del Anillo

25/3/2000


Ofrecemos aquí una reseña de lo que ocurrió durante la tarde del sábado 25 de Marzo durante la Celebración de la Caída del Anillo realizada en una plaza de Palermo, en la Ciudad de Buenos Aires:


Ya una hora antes de la prefijada (las 16) el lugar que se había elegido para desarrollar el espectáculo comenzó a concentrar a más y más público, que se deleitaba con los preparativos, en especial los escuetos ensayos de la batalla que se iba a producir más tarde allí. La banda de la Asociación, la ya consagrada "1420", preparaba su sonido y afinaba sus instrumentos; los encargados de los títeres se preocupaban por la escenografía; los locutores repasaban la lectura de sus respectivos textos del guión; los socios que participarían de la batalla escuchaban las penúltimas instrucciones del director de la escena...






Dos momentos fueron los más atractivos de esa etapa de preparación: cuando las socias encargadas del vestuario (para el cual estuvieron trabajando muchísimo) trajeron las sobrevestas para los guerreros (azules con árbol blanco para los Gondorianos, verdes con caballo blanco para los de Rohan, negras con el Ojo Sin Párpado en rojo para los Oscuros), y sobre todo cuando media hora antes llegaron los muchachos del Último Baluarte con sus impresionantes armaduras y con armas para todos.





El despliegue de los participantes y colaboradores fue realmente notable, pero mucho más quizás fue la suerte de transformación que se fue operando en la mayoría de ellos. Por un lado, los miembros de la banda se habían vuelto, a través de sus vestimentas, caballeros y damas de distinta raza pero unidos por un mismo objetivo: el de convertirse con su música y sus canciones en el alma de la fiesta. Por el otro, los muchachos alegres de las reuniones de siempre encarnaban ahora a guerreros de diferente origen, recios y belicosos, apuestos y valientes, dispuestos a poner toda su energía en la escena. Los del Último Baluarte, que desde fuera de la Asociación se habían acercado para sumarse a la fiesta tolkieniana, parecían escapados de una superproducción cinematográfica. La gente, unas doscientas personas de todas las edades en los momentos de mayor concentración, esperaba ansiosa la Celebración.






Mientras se hacían los últimos toques a la preparación, se explicó qué se estaba celebrando y quiénes eran los que estaban dispuestos a ofrecerles en minutos más un espectáculo basado en la obra de J. R. R. Tolkien; la expectativa de la gente creció y el clima se puso a punto. Entonces, comenzó la música. La 1420 había enriquecido su repertorio de canciones, y había preparado música para acompañar los distintos momentos narrativos de la Celebración. La inefable Narwen, la Dama de Fuego, encarnaba también a uno de los dos Bardos que guiarían el relato, cuya finalidad era introducir al público al asunto de los episodios centrales que se conmemoraban ese día como aniversario (Calendario de la Comarca de por medio, por supuesto). A su lado, extrañamente ataviado, Alejandro López, el Caballero de las Tres Espadas, hacía el papel del otro Bardo, oculto bajo una capa cuando no era su turno de narrar, y un cayado en la mano. Sus voces fueron desarrollando una narración en verso (compuesta en la métrica y rima del romance tradicional español); entre episodio y episodio, la banda intercalaba una canción, la mayoría de ellas en inglés. Apenas leído el relato introductorio, que hablaba de Sauron y la pérdida de su Anillo a manos de Isildur, se acercó un doble del Secretario de la ATA, que se hacía llamar Ramanegra, bajo la imagen de un robusto Capitán Oscuro, cubierto de pieles negras, con una espada de rara empuñadura y una expresión sombría y hostil, y recitó el Poema de los Anillos, más como quien amenaza que como quien recita unos viejos versos, y salió abriéndose paso entre la gente, más allá del círculo central, para irse a formar un campamento alejado con el resto de los guerreros oscuros.






Al los costados de la banda y los Bardos, los Gondorianos siguieron atentamente con su mirada al que parecía haber echado un desafío con eso de "atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas"; los de Rohan, más lejos, esperaban fuera del círculo, a espaldas del público que por ahora no tenía en cuenta su presencia.






Y fue siguiendo el relato con las canciones, hablando de Gollum, de Bilbo (la exitosa canción "Saquehobbit quiero ser" volvió a hacer furor), de Gandalf y del Regreso de la Sombra. Y a esa altura de la narración, un centinela de Gondor (ya no era el extrovertido amigo Meriadoc) subió a la plataforma central del escenario (que era virtualmente Minas Tirith) y avisó a gritos que allá lejos se veía a los Oscuros, las huestes de Sauron. Y la gente pudo ver la marcha recia de los Oscuros, con su Capitán y el portaestandarte a la cabeza (¿quién podía adivinar a Elbereth bajo su yelmo, sus negras vestiduras, y su mirada de fuego?), los guerreros con armaduras más pesadas atrás, y luego los de la retaguardia, menos vigorosos y pertrechados pero igualmente belicosos. Cruzaron la plaza y coparon la pendiente que subía hasta el círculo que rodeaba al escenario central, y allí, preparados para recibir órdenes, se plantaron como recios árboles sombríos. Era impresionante ver sobre todo las armaduras, con las cotas de malla, corazas, yelmos, manoplas y otros pertrechos de guerra. En el círculo central, Silvara ya era la portaestandarte de Gondor, plantada en actitud orgullosa de cara al campamento de los Oscuros, cuyo Capitán, de tanto en tanto, le hacía gestos de amenaza desde lejos.






Mientras, el relato continuaba, hablando de Frodo, el Concilio y la Compañía con su Misión hacia el Sur. Finalmente llegó el momento tan esperado. La narración en boca de Narwen habló de Gondor, su poder y sus preparativos para la guerra, que era inminente. Entonces el otro Bardo, al mejor estilo Trancos, echó con un movimiento su capa hacia atrás y arrojó el cayado, mostrando a todos la insignia del Árbol Blanco y su armadura, y se sumó a los guerreros gondorianos, que subieron al círculo central, formaron un frente de defensa y blandieron sus armas.


 



Y ante ese gesto, los Oscuros esgrimieron las suyas, y recios gritos respondieron al desafío. En otra parte, los Rohirrim iniciaban su cabalgata esperanzada hacia Minas Tirith. A una indicación del relato, la batalla explotó: el Capitán Oscuro irrumpió en el círculo central al grito de "¡Ghâsh, ghâsh! ¡Fuego! ¡Mordor!" y lanzó contra los defensores a su primera línea al ataque. Lo que siguió fue digno de ser visto, porque el despliegue fue cinematográfico. Con una descarga de energías sorprendente (y de adrenalina pura), los participantes se transformaron en guerreros terribles, dispuestos a dejar la vida en la batalla.






Los más pertrechados se atacaron sin tregua; la primera línea de los Oscuros subió a la plataforma e intentó arrinconar progresivamente a los Gondorianos hacia su estandarte; abajo, el Capitán arengaba a los suyos y ayudaba a mantener a raya a los que querían salir del asedio.






Pero sonó la canción "La carga de los Rohirrim", y como conjurados por su melodía irrumpieron en escena los Jinetes. La que había sido superioridad numérica de los Oscuros se equilibró, y la batalla fue alcanzando su punto culminante. Porque entre los de Gondor caía y se levantaba una y otra vez Falathar, el Inmortal, incitando con su ejemplo a no rendirse jamás, y Meriadoc se atrevía a salir del asedio, luego de rechazar la entrada del Capitán enemigo; entre los Oscuros causaba pavor la maza indomable de un guerrero sin armadura, cuya sobrevesta ocultaba la siempre grácil figura de Elmoth Elentari, convertida en una fuerza capaz de amenazar el estandarte de Gondor, si no fuese por la resistencia heroica del Trispádico Caballero, único capaz de enfrentarla; y los de Rohan ayudaban a la reconquista de Minas Tirith, comandados por la fría espada de Javier Dábilos, mientras por el flanco izquierdo de la defensa, en el llano, los otros Jinetes se encargaban de empujar hacia atrás a los de Mordor; todos, encarnizados y envueltos en la épica melodía, daban un espectáculo inolvidable.






Hasta que la batalla empezó a definirse, conforme la canción hacía vibrar las últimas estrofas, porque Dáin, hecho un héroe de Rohan, enfrentó al Capitán Ramanegra y de un golpe certero le quebró la espada, a cuya empuñadura de serpiente no le había temido. Y el Capitán, sacudido por lo que parecía ser un presagio fatal, lanzó un espantoso grito de furia que hizo retroceder al aguerrido Jinete, y esgrimiendo su empuñadura inútil volvió hacia los suyos, que ya habían sido echados de las murallas y que eran acorralados poco a poco por los aliados. Y una espada gondoriana dio un primer golpe al Capitán Oscuro, y luego fue Dábilos, implacable, el que lo hizo poner rodilla en tierra, para dejarlo caído con un golpe final y preciso. Y con los últimos acordes de la canción, los guerreros quedaron congelados en su lugar, los Oscuros arracimados en el suelo, a los pies del mismo público, con los vencedores viniéndoseles encima, y los estandartes de Gondor y Rohan flameando en la brisa de la tarde. 






Pero de entre los guerreros inmóviles surgió una noble figura: el Caballero de las Tres Espadas, que debía transformarse otra vez en el Bardo de antes, se abría paso fuera de la escena de la batalla para encargarse de narrar la última parte de la historia: el camino de Sam y Frodo por Mordor, seguidos de cerca por Gollum. Era el pie para la representación final, con títeres. Los guerreros pasaron entonces a ser espectadores, con el público, de lo que sucedería en el reino de Sauron, en una escenografía que mostraba el terreno árido y volcánico que llevaba al Orodruin.


 



Los títeres eran simplemente magníficos, en tamaño natural (de hobbit), con unos rostros muy expresivos. Gollum tenía los ojos inyectados en fuego, como si estuviese viendo constantemente a su tesssoro frente a sí; Frodo tenía un rostro distante, ajeno, como de otra dimensión; Sam expresaba toda la angustia de la situación que vivía junto a su amo, espectador impotente de un final inesperado. Una narradora, con una selección de textos de Tolkien (de "El Monte del Destino" y de "El Campo de Cormallen"), iba guiando la acción, desde aquel ataque de Gollum después del cual Sam le perdona la vida, hasta la escena culminante ante las Grietas del Destino. Con la Caída del Anillo en manos de Gollum, del centro de la escenografía comenzó a saltar la lava incandescente, mientras que toda la estructura se sacudía como en un terrible terremoto. Los Oscuros contemplaron con terror la escena y se encogieron con desesperación y desamparo en un extremo. Entonces, de la boca del Bardo salieron las palabras de Gandalf anunciando el fin del reino de Sauron con el cumplimiento de la misión de parte del Portador del Anillo, y estalló el festejo final: los aliados, exultantes, desplazaron fuera del círculo a los Oscuros derrotados, y la música acompañó con toda su fuerza la alegría de la victoria y la libertad de los pueblos.


 



La Celebración prácticamente había terminado. Hubo todavía unas palabras de agradecimiento de parte del Secretario y un bis de "Saquehobbit...", cantado por todos los que la sabían, sumados a la banda. La gente estaba enfervorizada, y se acercaba a felicitar a los ATAndili que habían participado en el evento; varios pedían asociarse o compraban el boletín Mathoms, o preguntaban para saber más de la Asociación. Los participantes estaban llenos de satisfacción: había sido un éxito. Y aunque los medios no habían respondido a la convocatoria, la respuesta del público ante esa difusión de la obra de Tolkien había sido el mejor premio. Y más tarde, para seguir el festejo, esperaba a los ATAndili la noche en la casa de cerveza casera; pero eso ya es tema para otra crónica.



 


Así hemos tratado de compartir con ustedes/vosotros la maravillosa experiencia del pasado sábado, en una reseña que forzosamente no llega a transmitir toda la emoción de lo vivido en el evento. Esperamos poder seguir siendo creativos y mejorar en muchos aspectos todavía; lo importante es haber comprobado una vez más que la unión de esfuerzos, el espíritu de compañerismo, es capaz de conseguir grandes logros, sobre todo si se le suma dicha creatividad y muchas, muchas ganas de divertirse y hacer disfrutar a otros. Gracias por acompañarnos, aunque sea desde la mirada retrospectiva de esta crónica.

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